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I KILL MY CURATOR










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VICTOR HUGO BRAVO

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INCURABLE

Incurable.
Aproximaciones a I Kill My Curator de Víctor Hugo Bravo.

Pornografía y serialidad

1.- La pornografía es reiterativa, cansadora, recursiva, se alimenta de un número limitado de interacciones corporales. Como si miembros y vaginas, culos y pechos fueran piezas anatómicas modulares, donde varían únicamente los niveles de intensidad con que son expuestos y combinados. Esta búsqueda de variedad los relega al ámbito de lo risible y estrambótico. Los condena también a una ridícula e inagotable forma de experimentación. Los disocia del mismo cuerpo al que pertenecen. Esta repetición incesante podríamos decir que es su propio primer plano.

2.- I Kill My Curator no muestra geografías inventadas, sino exclusivamente fragmentos, realidades físicas inobjetables. Por tanto, La lujuria por el detalle, la voracidad de la ampliación, la gratuidad, el desparpajo, la afición por la humedad, no son características propias del cuerpo ni de la sexualidad sino mas bien aspiraciones del ojo que la observa y que la pornografía busca satisfacer. Cabe preguntarse en este contexto si no es acaso el primer plano en sí mismo y no la sexualidad expuesta lo que hace transgresora a la pornografía.

3.- El sexo al interior de esta foto performance se ve obligado a compartir su espacio con objetos y cosas, no solo para representar todo un ordenamiento simbólico grotesco sino también para demostrar ese carácter insaciable de la mirada, ese primer plano nunca satisfecho y que necesita absorber la realidad para re significar ese punto en el que se pierde unos instantes.

4.- Víctor Hugo Bravo se vale de la pornografía para acentuar su discurso crítico, no solo contra el rol que le ha tocado cumplir al cuerpo femenino sino también como la metáfora de otro tipo de cuestiones todas ellas involucradas con la fetichización inherente a toda predilección artística y al nuevo e invasivo estatuto de la observación. En este aspecto, la estética del bondage parece constituirse en una metáfora demasiado exacta del orden “natural” de las cosas.

Bondage.

1.- En Chile, la estética del Bondage está muy lejos de pertenecer a la esfera de lo erótico. Su sensualidad está contaminada de otros ritos y pulsiones, por un pasado demasiado reciente que supera su manierismo represor. Bajo esta perspectiva deja de ser erótica en el mismo momento en que representa toda una estructura de relaciones interpersonales subalternas que trascienden incluso a nuestras formas habituales de socialización.
En este sentido, la sexualidad a la que remite se convierte en una especie de recuerdo que entorpece su sofisticado poder catalizador. Se produce así la resta erótica que en esta serie de fotografías obscenas se traduce en la radical objetivación de lo fotografiado.

2.- En I Kill my Curator asistimos a un cautiverio sin ataduras, a un Bondage desarticulado donde el desnudo femenino, multiplicado en viles prosternaciones, cuenta el relato de su propia indefensión.
La mujer atenazada por la pose, por la exposición morbosa de su fisonomía, intervenida por objetos varoniles (hachas, cuchillos, tridentes, corvos) viene a representar múltiples calvarios producidos por el ojo punitivo del hombre. Porque es el cuerpo femenino y no otro el que se ha ido creando a través de una erótica de la pasividad y la dominación.
Es en este contexto donde se entienden esas verdaderas naturalezas muertas genitales, donde toman sentido estas aglomeraciones de objetos, estas conjunciones degradantes, que condenan al sexo femenino a no ser más que una herida abierta que se enfrenta a nuestra mirada, un cuerpo perforado cuyas laceraciones deseamos ver una y otra vez representadas.


3.- En estas tomas irónicamente preciosistas, todas esas vendas y mordazas propias del Bondage aparecen convertidas en punzantes objetos que a la manera de indestructibles falos, duplican el poder penetrativo de la mirada masculina. VHB busca radicalizar esta simbología incrustada en nuestra cultura, busca hacer de esas ataduras y esclavismos virtuales no solo una distracción sino también una cartografía de nuestras abyecciones plasmada en un conjunto de poses y encuadres delatores.


Fetichismo e imagen.

El facilismo de delegar sobre otros las pulsiones inherentes a nuestra vida síquica es uno de los motivos por los que la mirada del espectador y del artista se han ido recargando de cierta ambición irrefrenable de intensidad. Frente al arte y la pornografía, la mirada, caracterizada por el subjetivismo y la insatisfacción, parece buscar un nivel distinto de emociones: es una especie de hambre que impulsa a unos y a otros a entablar una relación nueva con los estímulos visuales.
El erotismo (y sus manifestaciones iconográficas) es quizás el más característico de estos síntomas que esta serie fotoperformática busca problematizar. Evidenciar los vicios con que solemos percibir no sólo el espectáculo de la carne femenina sino las imágenes del arte y los apetitos que estas suelen producir en sus espectadores es uno de los objetivos de esta puesta en escena. No sólo porque estas fotografías nos fuerzan a caer en cierta dinámica perversa que nos involucra en demasía con el creador y el objeto representado (la serie insiste en esa fijación por objetivarlo todo), sino también, porque expone nuestro deseo a la vorágine de su propia intelección. I Kill my Curator convierte el placer estético de la observación en un morboso ritual solitario, dialéctico, forzosamente especular, donde la crueldad no está únicamente en lo que se busca, sino en la imposibilidad de compartir y representar lo que nos ha hecho sentir lo observado.


Matar al curador I (el lazarillo que nos ladra)

1.- La figura del curador es actualmente omnipresente. Miles de miradas observan a diario lo que él ha visto primero y al parecer más profundamente. Su existencia se ha transformado en una forzosa concepción de lo irremplazable. El curador sobrevuela así el espacio de museos y galerías, inscribe su nombre en papeles y muros, administrando el poder discursivo de su conocimiento. Un poder extraño, surgido de una curiosa patología exegética, de una personalísima jerga en constante construcción y perdición. O tal vez una excrescencia innecesaria del arte: la inaudible traducción simultánea (el lazarillo que nos ladra) como un pie forzado que nos detiene unos minutos antes de entrar a la muestra, filtrando (programando) nuestra mirada, consagrando así su posición de observador oficial de la imagen (re) presentada.
2.- El título de esta serie -I kill my curator - I fuck my curator - I want my curator, a su vez, obedece a cierto impulso liberador evidente que a través de la representación sacrificial de un cuerpo maniatado nos confronta directamente con la visión que el propio artista hace de sus hábitos perceptuales arraigados. En I Kill My Curator, el artista, inspeccionado su propia mirada, intenta representar a todos los hombres, en una especie de doble expiación, en que modelo y creador se auto flagelan a través del drama de su propio desnudamiento.
3.- Titular la serie de esta forma nos habla al mismo tiempo de un relato, que se condice con la estructura modular que presenciamos. Un primer momento que nos remite al mito del asesinato originario, el inicio sangriento de un proceso ocluido por su propia cobardía donde el curador-padre es exterminado casi en un acto desesperado. El segundo momento vendría a ser la destrucción de ese cuerpo, la ansiada venganza que no escatima en brutalidad ni en abyección, y un tercero, ensombrecido por cierto terror pánico tras la muerte, que nos devuelve a ese momento anterior al homicidio, conformando una serie circular, que se cierra sobre sí misma, densificándose.
Es en este sentido que la figura del curador se nos hace comprensible como una entidad que inunda los deseos del artista tras una oscura neblina marcada por la duda y la indefinición. El resultado de esta serie fotográfica es producido por una intensa reacción contra lo tolerable, lo admisible, contra todo lo prohibido, contra todos esos códigos (internos, externos) que convierten al artista en un ser dependiente de digresiones ajenas a su producción. Este asesinato simbólico busca representar esta huída a través de la escenificación de su lento y tortuoso camino, como una especie de diario escrito sobre un cuerpo, una fotonovela censurable cuya doble lectura nos remite insistentemente a la figura femenina y a su esencia de cuerpo dominado.
4.- Quizás habría que entender esta muestra como las fotos de un registro forense, como un pasadizo lleno de sangre maquillado por cierta búsqueda de barroquismo y buen gusto. Un inventario de abyecciones conocidas y atentados contra la delicadeza. Como una conjunción de hechos relacionados al deseo desenfrenado y liberado abruptamente.


Matar al curador II (La vaselina en el ojo)

La metáfora sexual subyace a todo lo artístico. No solo en lo que se refiere al arte como una forma de sublimación pulsional sino también en lo que respecta a las etapas en que la obra se convierte en un signo a la deriva, un mensaje inmerso en un circuito de innumerables conexiones.
El curador se encuentra en una de esas fases donde todos ofrecen salidas igual de enrevesadas y posibles. Su labor es reducir la incomunicabilidad de la obra de arte. Y en ese sentido lo que ofrece responde tanto a una demanda como a una suerte de carga impositiva. Que su labor de intérprete en un contexto de intraducibilidad se haya hecho indispensable no es más que una muestra de todo aquello. Y es ahí, donde su conocimiento más que responder a esa incomprensión busca soslayar todo sudoración intelectual. Su testimonio en este aspecto, es una especie de acelerante, que combustiona la ignorancia de un público ávido por saltarse esas tediosas líneas que distraen su ingreso al espacio expositivo. Cumple de este modo el rol de un lubricante. También el de esos potenciadores sexuales encargados de mantener la erección de esos miles de ojos eréctiles.
Todo esto no tendría nada de malo si no existiese un universo irreductible de artistas y de obras que delegan toda su potencialidad al tráfico de sus palabras ostentosas.
No ha de extrañarnos entonces esta ubicuidad frente a la cual esta muestra escandalosa se revela.


Agujeros y cortes sobre la tela (llagas que no cierran)

La representación del cuerpo históricamente ha soslayado esos rincones cargados de un expresionismo grotesco. Las partes “pudendas” han sido erradicadas del imaginario visual de nuestra cultura, han sido aisladas del relato artístico cotidiano, expulsadas hacia un terreno (científico, clínico) donde no está permitida la subjetividad.
Su ocultamiento es doble en este sentido. No solo es fisiológico sino también cultural. Souvenires antropológicos o médicos cuyas fronteras son el sucio territorio de lo pornográfico. Como si fueran abscesos, depósitos de suciedad, deformaciones caprichosas e imperdonables de la biología. Sobre todo aquí en Chile, terreno ausente de fantasías artísticas genitales.
VHB participa de esa lógica que los convierte en meros objetos, interviniéndolos, manipulándolos, productivizando la expresividad impresionante de esas verdaderas heridas corporales. Como si en realidad fueran orificios que atraviesan la tela, espacios virtuales que deseamos invadir o rellenar.


El primer plano como parodia de su propio camuflaje.

Víctor Hugo Bravo siente una curiosa predilección por el camuflaje, por esa ambición tan militar por la mimetización. Sin embargo, no es ocultarse lo que busca al utilizar estas texturas sino subvertir su significación, su ridícula pretensión estratégica, la burda trampa que representa su supuesta invisibilidad. El camuflaje en su quehacer artístico es más bien una superficie sobre otras superficies, una especie de capa que lejos de ocultar resalta la historicidad latente de una realidad que lo forjó como hombre y como artista. Por eso no debe extrañarnos que sea precisamente sobre ese tipo de plataforma donde se desarrolle la escenificación de este ritual de cautiverio y mortificación. A su manera, esas manchas son también costras (costras que no caen) y por tanto, la herida abierta que ensangrienta su imaginario, la piel que sus obras están obligadas a mostrar para descontextualizarse a sí mismas en el imaginario del Chile actual.



Junio 2008
Carlos Benavente F.
Teórico del arte. Universidad de Chile.